Qué frío debe ser el invierno
para aquellos que no tienen recuerdos cálidos
He
empezado a sentir un viento gélido
que
se cuela por las bisagras de la ventana,
que
arranca los árboles del parque de enfrente,
que
mata las plantas que todavía intentan chupar algo de sol,
que
se lleva volando las hojas sueltas del otoño.
Las que
quedan.
Porque
sí, el otoño en el fondo
siempre
me ha parecido un viejo mentiroso.
Ese
otoño que siempre me engaña con su encanto vacío.
Es
como ese último abrazo
que te dan antes
de despedirse.
No
niego que muchos de vosotros veis algo de belleza
en
esta muerte lenta.
No sois de
los míos.
Porque
me parece más apropiado el nombre que le dan los ingleses.
«Fall»
en inglés es otoño,
y
descenso,
y
declive.
El
otoño es igual de bello que los primeros síntomas de vejez,
tan
bello como las primeras arrugas en la piel,
marca
el comienzo de la muerte del año,
me
recuerda que ahora viene el frío y tú estás lejos,
siempre trae un aire melancólico,
demasiado
nostálgico...
... No me
negaréis que tiene un incipiente sabor a tristeza.
Y
luego en invierno,
ni
calor,
ni
luz,
ni
día,
la
noche y la mañana se confunden,
todo
es niebla y crepúsculo,
mi
ventana se empaña y no se ve bien,
el mundo pierde el poco color que tenía.
La música muere bajo el rugir del viento,
el
día entero es un sótano,
el
sol se vuelve pobre y ya no quema.
El
invierno muta el agua del cielo en piedra
y
el corazón a veces deja de sentir.
Pero aún así, en el fondo le quiero,
porque no
podemos vivir sin enemigos.
Os
diré la verdad:
Fue
en las profundidades del invierno
donde
finalmente aprendí
que en mi
interior habita un verano invencible.
Porque
aunque el invierno siempre ha formado parte de mi vida,
yo
en el fondo soy hijo del verano.
Soy
hijo de las tardes de sol eterno,
de ese
sol que te quema los ojos,
mi
piel
morena casi negra más brillante que nunca,
tú
y yo ardiendo bajo esos rayos de tarde de verano.
Soy
hijo de las noches a veinte grados,
de
volver andando a casa mientras veo las estrellas brillar,
esferas
de fuego que arden toda la noche en el cielo,
y
luego se esconden.
Soy
hijo de beber alcohol tirado en la arena,
de
bañarme en la playa cuando el agua arde,
de
saltar hogueras,
de
chupar cada gramo de felicidad,
igual
que las plantas luchan por chupar el último rayo de sol.
Hasta
quemarme.
Por
eso no soporto el frío,
por
eso no me gusta noviembre,
ni
diciembre,
por
eso no me fío del otoño,
por
eso a veces odio el invierno.
Porque ahora
el mundo solo tiene un color,
Y de fondo,
el sonido del viento.
CREDITS:
Nora Ephron- Sleepless in Seattle (1993)
Albert Camus- Return to Tipasa (1953)
Victor Hugo- Les Misérables: Fantine (1862)
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