Bitácora

15 de noviembre de 2019

Vientos de invierno

 



Qué frío debe ser el invierno
para aquellos que no tienen recuerdos cálidos

 


He empezado a sentir un viento gélido
que se cuela por las bisagras de la ventana,
que arranca los árboles del parque de enfrente,
que mata las plantas que todavía intentan chupar algo de sol,
que se lleva volando las hojas sueltas del otoño.

Las que quedan.

Porque sí, el otoño en el fondo
siempre me ha parecido un viejo mentiroso.

Ese otoño que siempre me engaña con su encanto vacío.

Es como ese último abrazo
que te dan antes de despedirse.

No niego que muchos de vosotros veis algo de belleza
en esta muerte lenta.

No sois de los míos.

Porque me parece más apropiado el nombre que le dan los ingleses.
«Fall» en inglés es otoño,
y descenso,
y declive.

El otoño es igual de bello que los primeros síntomas de vejez,
tan bello como las primeras arrugas en la piel,
marca el comienzo de la muerte del año,
me recuerda que ahora viene el frío y tú estás lejos,
siempre trae un aire melancólico,
demasiado nostálgico...

... No me negaréis que tiene un incipiente sabor a tristeza.


Y luego en invierno,
ni calor,
ni luz,
ni día,
la noche y la mañana se confunden,
todo es niebla y crepúsculo,
mi ventana se empaña y no se ve bien,
el mundo pierde el poco color que tenía.

La música muere bajo el rugir del viento,
el día entero es un sótano,
el sol se vuelve pobre y ya no quema.
El invierno muta el agua del cielo en piedra
y el corazón a veces deja de sentir.

Pero aún así, en el fondo le quiero,

porque no podemos vivir sin enemigos.
 

Os diré la verdad:

Fue en las profundidades del invierno
donde finalmente aprendí
que en mi interior habita un verano invencible.

Porque aunque el invierno siempre ha formado parte de mi vida,
yo en el fondo soy hijo del verano.

Soy hijo de las tardes de sol eterno,
de ese sol que te quema los ojos,
mi piel morena casi negra más brillante que nunca,
tú y yo ardiendo bajo esos rayos de tarde de verano.

Soy hijo de las noches a veinte grados,
de volver andando a casa mientras veo las estrellas brillar,
esferas de fuego que arden toda la noche en el cielo,
y luego se esconden.

Soy hijo de beber alcohol tirado en la arena,
de bañarme en la playa cuando el agua arde,
de saltar hogueras,
de chupar cada gramo de felicidad,
igual que las plantas luchan por chupar el último rayo de sol.

Hasta quemarme.

Por eso no soporto el frío,
por eso no me gusta noviembre,
ni diciembre,
por eso no me fío del otoño,
por eso a veces odio el invierno.


Porque ahora el mundo solo tiene un color,

Y de fondo,

el sonido del viento.










CREDITS: 

Nora Ephron- Sleepless in Seattle (1993)
Albert Camus- Return to Tipasa (1953)
Victor Hugo- Les Misérables: Fantine (1862)

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