En un contexto muy distinto al
anterior, aquí se habla de otra cosa, algo sobre lo que hacía mucho
tiempo que quería hablar. En numerosas situaciones se nos pone a
prueba, y se exige un mínimo. Si no alcanzamos un determinado nivel,
somos desechados y se elige a otro. Este a menudo disfruta del
respeto y admiración de los otros, pero también se crea envidia
alrededor de su persona. Y, finalmente, llega otro mejor y lo supera.
Esta es la filosofía de esta sociedad, la búsqueda del rendimiento
y de la perfección. Por supuesto esto se aplica en gran medida al
mundo de los deportes. Y crea frustración en muchos jugadores, que
buscan superarse a sí mismos y a los demás.
Muchos ya habrán dejado de leer, o se
estarán preguntando que tiene que ver esto con el título. Otros,
los más espabilados, solo al leer el título ya se creen que voy a
escribir el típico ensayo para el profesor de filosofía sobre el
carpe diem. Pero todo esto viene a cuento de otra cosa.
Hace poco, escuché una conversación
que me dio que pensar. Un individuo hablaba con otro, y le hablaba
sobre problemas en su vida y tragedias que había sufrido. El otro
sin mas dilación, le contestó: ''Ya sabes, hemos venido (a la vida)
a sufrir''. En este momento entra en escena un tercero, que con gran
tino indica lo siguiente: ''No, hemos venido a pasarlo bien''.
No se puede negar que en la vida se
sufre, en todo lo que hacemos, en nuestro día a día. Luego están
los seres superiores, ya mencionados en otra ocasión, que por lo que
afirman dan la sensación de ser perfectos, porque a ellos todo les
da igual, o todo les sale bien.
Pero no nos perdamos y volvamos con
los deportes, pues me gusta afrontar el tema por aquí. Además, me
declaro gran fan del baloncesto, que mejor forma que hacer una
metáfora usando este magnífico deporte. El jugador, aun siendo
''bueno'' y poseyendo una serie de habilidades, siempre pierde un
balón, siempre falla un tiro. Incluso puede tener un partido pésimo,
y dar la sensación a los contrincantes de que es un ''mal'' jugador.
En mi caso, llegaría la frustración, el enfado, sentimiento de
inferioridad respecto al resto. Pero he tenido la suerte de ver a un
jugador que me hizo pensar que hay otra salida. No lo clasificaría
como un jugador demasiado bueno, pero tiene algo casi único. En cada
jugada, con cada balón que toca, se le figura una sonrisa en la
cara, independientemente del resultado de la jugada. Y esta sonrisa
no se le borra, ni cuando juega mal. Disfruta del deporte en sí, no
del sentimiento de superioridad que obtienes al derrotar a alguien.
En mi caso, ¿sería esto posible? Soy lo suficientemente sincero
para decir que no, pero también los suficientemente listo para saber
que sería lo ideal.
Ahora va el consejo. Aplica esto a tu
vida. Sé el jugador sonriente. No has venido a ganar a nadie. Es
decir, no tienes que tener mas amigos que nadie, ser mas sociable,
mas listo, mas amable, ni siquiera mejor persona. Quizá te suene
mal, pero, en realidad, no tienen ni que recordarte. Solo sonríe,
aunque sea para tus adentros, siempre que se pueda, pues cada vez que
lo hagas es una victoria mayor que la que puedes conseguir en
cualquier cancha.
Para mí es muy fácil aconsejar, pero
también os digo que este consejo no es aplicable en mi caso. No va
conmigo. Me ha tocado ser competitivo, y todos los problemas que esto
trae. Sé que no sonreiré cuando pierda un balón. Pero si sé una
cosa, verdad sobre verdades, que esta encima de la frustración y de
la competición, y de los problemas y de los sufrimientos, y que
aplico a mi día a día: Hemos venido a pasarlo bien.