Salta a la lona el héroe desnudo y
todos ven lo que hay debajo de la máscara que ya no es máscara
porque ya no quedan mentiras. No quedan mentiras que contar porque no
hay nadie que las escuche, y no se puede ser más sincero que un
mentiroso que no tiene a quien mentir. Parece que las paredes se
retuercen y se caen mientras el techo asfixia y ciega. En realidad
no. Es solo que hay fiesta en la planta de arriba.
Los libros y papeles sobre la mesa
están llenos de números y letras y signos extraños que se
difuminan y se esconden entre la tinta, esperando que el mentiroso
que no puede mentir descifre, piense, entienda y razone. Porque el
día empieza razonando y acaba razonando, y mientras razona el héroe
en la lona olvida que hay algo más que las letras indescifrables de
los papeles. Parece que todos tienen claro quiénes son, porque lo
contrario es mostrar debilidad, y todos odian a los débiles.
En realidad son solo unos mentirosos
tan experimentados que son capaces de mentirse a sí mismos. Y cuando
te mientes a ti mismo y te lo crees, dejas de ser como realmente eres
y empiezas a ser como te dices a ti mismo que tienes que ser. Y todos
los héroes del mundo no son héroes en realidad, solo mentirosos tan
buenos que llegaron a engañarse a sí mismos. Que nos ahogue la
mentira entonces.
Es ahora cuando en un mundo de
mentirosos un mentiroso que ya no miente queda expuesto como lo que
realmente es. Y es en ese momento, justo cuando muere la imagen de
quién parecía que era, cuando todo lo que una vez deseó ser se
consume. Porque ver la pureza de la verdad en una expresión da asco.
Y miran para otro lado. Porque a veces, si miras para otro lado, te
encuentras con esa sonrisa. Esa sonrisa que ahora sabes que es
mentira, pero dios sabe que no hay nada que nos parezca más verdadero.