Bitácora

25 de noviembre de 2015

18 minutos de verdad

Salta a la lona el héroe desnudo y todos ven lo que hay debajo de la máscara que ya no es máscara porque ya no quedan mentiras. No quedan mentiras que contar porque no hay nadie que las escuche, y no se puede ser más sincero que un mentiroso que no tiene a quien mentir. Parece que las paredes se retuercen y se caen mientras el techo asfixia y ciega. En realidad no. Es solo que hay fiesta en la planta de arriba.

Los libros y papeles sobre la mesa están llenos de números y letras y signos extraños que se difuminan y se esconden entre la tinta, esperando que el mentiroso que no puede mentir descifre, piense, entienda y razone. Porque el día empieza razonando y acaba razonando, y mientras razona el héroe en la lona olvida que hay algo más que las letras indescifrables de los papeles. Parece que todos tienen claro quiénes son, porque lo contrario es mostrar debilidad, y todos odian a los débiles.

En realidad son solo unos mentirosos tan experimentados que son capaces de mentirse a sí mismos. Y cuando te mientes a ti mismo y te lo crees, dejas de ser como realmente eres y empiezas a ser como te dices a ti mismo que tienes que ser. Y todos los héroes del mundo no son héroes en realidad, solo mentirosos tan buenos que llegaron a engañarse a sí mismos. Que nos ahogue la mentira entonces.

Es ahora cuando en un mundo de mentirosos un mentiroso que ya no miente queda expuesto como lo que realmente es. Y es en ese momento, justo cuando muere la imagen de quién parecía que era, cuando todo lo que una vez deseó ser se consume. Porque ver la pureza de la verdad en una expresión da asco. Y miran para otro lado. Porque a veces, si miras para otro lado, te encuentras con esa sonrisa. Esa sonrisa que ahora sabes que es mentira, pero dios sabe que no hay nada que nos parezca más verdadero.