Bitácora

17 de octubre de 2015

La ciudad encantada

Levantarte temprano y ver en el balcón el reflejo opaco de la ciudad encantada que todos los días madruga aún mas que tú para darte la bienvenida al alba.

Me gusta esta ciudad. No es cálida ni acogedora, pero es emocionante, preciosa, nueva. Sumergirte por la mañana en el mundo de la ciencia. Emborracharte y morir cada noche. Intentar renacer cada mañana.

Solo se respira juventud cuando andas por las calles. Los viejos se fueron, quizá de vacaciones, para nunca volver a esta tierra de pasiones efímeras y de sentimientos prematuros que mueren jóvenes.

Y yo amo estos sentimientos prematuros, tan intensos, tan especiales. Seguro que alguien reconocido dijo alguna vez que más valen los dos meses de pasión de la pareja adolescente de la esquina, que los treinta años de falso amor que comparten esos viejos a los que muchos llaman padres y abuelos.

Y ese aroma a juventud que se respira por las mañanas va creciendo para transformarse en puro éxtasis por la noche. Cada noche es la noche, porque en esta ciudad de ciencia y saber no se vive para aprender, tampoco se vive para el mañana, ni tampoco se busca crear, construir, crecer. En esta ciudad se vive para el instante, se vive para el segundo único, se vive para encontrar el momento eterno.

Y por eso yo, cazador de momentos, mendigo de instantes, buscador de segundos, por eso yo vivo, ahora mismo, en esta ciudad.