Miseno al fin lo había conseguido. La
tenía. No había sido fácil, desde luego. Pero lo había
conseguido. Por medio del esfuerzo había conseguido cumplir un
deseo. Había soñado mucho con este momento. Ahora lo que quedaba
era sentir el placer por el deseo cumplido, como su maestro le había
dicho tiempo atrás. Pero no fue placer lo que sintió, al menos no
tanto como debería. Al principio estaba en una nube y no sentía
nada. Después, sintió miedo. No era un miedo grande ni
desproporcionado, de esos que te atenazan el corazón. Más bien era
un miedo suave, ligero, mezclado con reminiscencias del placer
obtenido. Pero miedo, ¿a qué? Ya lo tenía todo. Se podía
considerar incluso feliz.
Meditó durante un tiempo, y entonces
descubrió lo que temía. Temía demasiadas cosas. Temía que, al
igual que su maestro le dijo, el amor desapareciera, se fuera igual
que llegó, de repente y sin avisar. Pero entonces, ¿era amor lo que
sentía, o solo un gran e irrefrenable deseo? Ahora que había
conseguido lo que quería, seguía sin ser feliz. Ahora tenía miedo
a perderlo todo, y que su gran esfuerzo al final terminara siendo
inútil. Y no hace falta decir que al final lo perdió todo, como su
maestro pronosticó. Por eso están los que dicen que amar es de
necios, pues se sufre al amar, se sufre al ver el amor completo, y se
sufre más aún cuando se pierde el amor. Y siempre se pierde.
Pero Miseno no solo temía la pérdida
del amor. También temía la pérdida del deseo. Pues mientras gozaba
en las mieles de la justa y merecida victoria, también se dio cuenta
de que algún día llegaría el tedio y el aburrimiento. Y con ellos
un nuevo deseo, igual o más fuerte aún que el anterior, clamando
desde sus adentros por ser cumplido, y obligándole a destruir todo
lo que había conseguido después de tanto esfuerzo.
Y finalmente, pero no menos importante,
Miseno temía con toda su alma al fracaso. Pues en cualquier momento
se puede fracasar, y puedes perderlo todo. A veces ni siquiera
descubres un error hasta que todo está perdido. De esta forma, para
evitar fracasar, planeó metódicamente todos sus movimientos. Y
justo por planear demasiado, al final fracasó.
De esta forma, en aquella noche en la
que Miseno tendría que haber dormido con los Dioses, tal debía de
ser su felicidad, durmió triste, pensativo y asustado. Asustado por
las dudas, y asustado por el futuro. Pero aquella noche pasó, y
Miseno fue feliz, al menos durante un tiempo. Sin embargo, el miedo
lo acompañó durante mucho tiempo, y cuando por fin el miedo
desapareció, fue cuando lo perdió todo. Cruel destino está
reservado para el hombre que sólo desea y necesita, pues cumplir un
deseo sólo trae más deseos, y lo que se necesita, ya no se quiere
cuando se tiene.
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